En psicología, se llama procrastinación a la conducta de aplazar actividades importantes sustituyéndolas por otras más agradables o placenteras.

Con esta definición se siente identificado casi un 20% de la población, que se consideran a si mismos procrastinadores crónicos. El retraso de actividades forma parte de sus vidas de manera habitual y con independencia de la tarea a realizar: el trabajo, los estudios, las tareas domésticas, las compras de Navidad, la declaración de la renta… cualquier ocupación es susceptible de ser retrasada.

En realidad, esta “pereza” que sentimos ante algunas actividades, resulta un fenómeno bastante complicado, en el que se entremezclan las emociones, el aprendizaje y la percepción que tenemos de nuestras capacidades y de las tareas a realizar.

Como evitar la procrastinación: causas habituales

Para empezar, aprendemos a procrastinar. Aplazar tareas es, como muchos de nuestros comportamientos, algo que probablemente hemos visto en casa desde pequeños.

Algunos estudios han relacionado el estilo de crianza de los padres con los niveles de procrastinación de los hijos. Parece que, los niños criados en hogares con alto nivel de control (más autoritarios) tienen más dificultades para aprender a autorregular sus propias conductas y pueden tender a la procrastinación con más facilidad.

Pero no nos adelantemos a echarle la culpa de todo a nuestros padres. Hay otros muchos factores que influyen esta compleja forma de dilación.

Las personas procrastinadoras suelen tener ideas distorsionadas acerca del tiempo que tienen para realizar sus actividades. A veces sobrestiman el tiempo que falta para llevar su tarea cabo (“¡Bah, si todavía quedan tres días para que se acabe el plazo!). Otras, subestiman el tiempo que esa tarea les llevará (“Si luego no tardo nada en terminar ese informe”).

En realidad, los procrastinadores no tienen problemas para planificar sus actividades ni para gestionar el tiempo en su vida en general. Es más una cuestión de distorsión que se da en las actividades que retrasan.

Otro factor que influye en algunas personas procrastinadoras es la excesiva confianza en sus capacidades. Se dicen a sí mismos cosas como: “Yo eso lo hago rápido”, o el clásico: “Trabajo mejor bajo presión”

En ocasiones, resulta que la jugada sale bien y se termina el trabajo dentro del plazo o se deja toda la casa limpia minutos antes de que lleguen los invitados. Estas ocasiones refuerzan la veracidad de la idea, nos dan la razón. Y nuestro cerebro nos las recordará en la próxima oportunidad de procrastinar que tengamos.

Pero, seamos sinceros, en general no se trabaja bien bajo presión. Ni los procrastinadores, ni nadie.

Lo que sí provoca el trabajo bajo presión son unos elevados niveles de estrés, que tendemos a olvidar. De hecho, diversos estudios han relacionado la procrastinación con elevados niveles de consumo de alcohol y otras sustancias y con otros problemas asociados al estrés, como el insomnio.

Dejar las tareas para más adelante puede ser una conducta que se dé de vez en cuando y que no tenga mayores consecuencias que un par de sustos y “subidones” de estrés pero, en ocasiones, es un estilo de comportamiento bien arraigado que genera problemas varios en distintos ámbitos de nuestra vida. En estos casos, se pueden aplicar distintas herramientas psicológicas para disminuir la procrastinación y para hacer nuestra vida más fácil.

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Clara López, Psicóloga clínica y Sexóloga

Licenciada en Psicología. Master en Psicología Clínica y de la Salud (Certificación Sanitaria) y Master en Sexología y Terapia de Pareja. Imparte clases de educación sexual en IES de la Comunidad de Madrid y colabora puntualmente en selección de personal en la Junta de Andalucía. También interviene de forma esporádica en programas de radio y en prensa digital. Asimismo, es co-fundadora del espacio "Arte y Sexualidad", un proyecto innovador de talleres grupales que abordan la sexualidad desde la Arteterapia.

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